“Mi familia me miraba como si fuera el enemigo”: nació en Ucrania, creció en Rusia y la guerra lo puso en una difícil decisión
“Ya no siento el miedo, me acostumbré a la vida con la guerra. Después de enterarme de que murieron más de 20 amigos luchando por Ucrania, otros conocidos de Rusia, y sabiendo que mi familia v...
“Ya no siento el miedo, me acostumbré a la vida con la guerra. Después de enterarme de que murieron más de 20 amigos luchando por Ucrania, otros conocidos de Rusia, y sabiendo que mi familia vive bajo bombardeos en uno de los lugares más peligrosos de Ucrania, ahora soy menos sensible a la noticia de que alguien murió en el frente”, reflexiona Vadim Saprykim. Tiene 26 años, nació en Teplogorsk, Ucrania, pero desde los cinco años creció en Moscú, Rusia. Ahora vive en México junto a su novia argentina.
La decisión de tener un pie en Rusia y otro en Ucrania -dos países enfrentados en guerra desde el 24 de febrero de 2022, cuando Vladimir Putin ordenó la invasión al país vecino- no fue casualidad sino una imposición familiar. Una infancia complicada lo llevó a repartir su vida entre ambos países. Sus veranos tenían aroma a los pastizales del campo ucraniano, luego sumidos en bombardeos y ocupación rusa. El resto del año, convivía con la cultura rusa en el colegio.
“La rivalidad entre Ucrania y Rusia la sentí desde que era chico. En el colegio me discriminaban a mí por ser ucraniano”, dice en diálogo con LA NACION, pero reconoce que la idea de la guerra nunca le pareció algo que podía llegar a hacerse realidad: “Hasta cuando corrían los rumores de un posible conflicto mis amigos y yo dudábamos de que pudiera pasar”.
Esa dualidad lo impactó de lleno cuando las noticias del conflicto estallaron. “Al principio mi primo, con el que crecí y al que siento como un hermano, no quería hablar conmigo porque en su mente yo vivía en Moscú y eso me convertía en el enemigo”, cuenta, y agrega: “Acepté que me vean como el enemigo. Con el tiempo seguí hablando con él pero ahora estamos bien, entiende mi posición y yo la suya”.
Vadim es intermediario digital (colorista), un especialista en corrección de color en la industria del cine y la producción de videos. Trabajó en la post-producción de películas como The Land of Sasha, nominada como mejor película en el Festival Internacional de Cine de Berlín y otras reconocidas producciones como Above the city y Gunman. Forjó su carrera como autodidacta y, durante su adolescencia, empezó a tejer una red de contactos que sin saberlo lo alejarían de los países que lo vieron crecer al momento de comenzar la guerra.
“Mi amigo y yo trabajábamos para una productora y después de arduos meses de trabajo logramos ahorrar y nos fuimos de vacaciones a la India. En la madrugada del cuarto día de viaje llegó a mi celular la noticia de que se había desatado la guerra”, relata.
Ese día fue un punto de inflexión para Vadim. Por un lado, su familia materna vivía en Ucrania, pero por el otro, su madre y amigos vivían en Rusia. “Ya ni me acuerdo lo que pensé pero sí cómo me sentía: era odio, estaba muy enojado, odiaba mucha gente que defendía el ataque ruso mientras se moría la gente, mientras mis amigos se morían. La primera semana fue muy estresante, solo recuerdo intentar contactarme con gente que estaba en peligro, en cómo ayudarlos a escapar y que no sabía qué hacer a continuación”.
A las dos semanas de empezar la guerra, su amigo y él acordaron que era muy peligroso volver y decidieron quedarse en la India. “No sabía qué decirle a mis amigos y a mi familia. Mi mamá no entendía por qué no quería volver a mi hogar, con ella. Pero es difícil, solo en situaciones críticas sentís eso; cuando construís tu carrera en este país, tenés tu vida, tus amigos y de un momento para el otro todo cambia. En ese momento no podés imaginarte dentro de ese país”, relata.
Una visa turística que prorrogó al menos cinco veces les permitió pasar un año y tres meses en la India, mientras trabajaba de forma remota para producciones rusas. “A partir de la guerra, un nuevo desafío se sumó a mi trabajo: tenía que chequear cuidadosamente que los proyectos que aceptaba no fueran propaganda rusa”, señala.
Finalmente se fue a México, donde lo esperaba su amigo y compañero de viaje a la India. El miedo de volver a su país por el temor de tener que enfrentar a la muerte lo comparte con todos sus amigos de Rusia, quienes hoy se exilian en países como Vietnam, Indonesia, Estados Unidos, México y la Argentina.
Fue en ese país norteamericano donde conoció a Franca, una publicista argentina que meses más tarde lo enamoraría y le mostraría los paisajes argentinos.
Si bien el amor argentino es su refugio, la carta que le llega a sus amigos para ir a servir a su país con la armada o que a él mismo le llegó de parte de Ucrania lo atormentan. Es esa película de acostumbramiento que lo impermeabiliza de los horrores de la guerra y le permiten seguir su camino propio, lejos de casa.
Desde que comenzó la invasión rusa murieron 31.000 soldados ucranianos, según el presidente ucraniano, Volodimir Zelensky. “Cuando todos los días leés que una bomba cayó sobre una madre con sus hijos, sobre las ciudades en las que el ejército mató a la gente e hicieron cosas terribles, dejás de reaccionar a las muertes. Incluso si es una persona que conociste en tu niñez… ya no te llega”, dice sin dudar, habituado al tenor oscuro del tema.
Los estruendos de bombas ya son moneda corriente en ciudades como Kupiansk, tomada por la invasión rusa y hogar de los abuelos de Vadim. “Al principio era shockeante la forma en la que vivían en su propia realidad, en la que habían normalizado hablar de si había caído una bomba cerca de su casa o que el ejército mataba a la gente en la calle. Pero ahora se convirtió en la nueva normalidad”, dice.
“Ya nos acostumbramos a las malas noticias, pero lo más dramático para mí son los niños que ves en los videos que gritan, lloran y corren al refugio cuando suenan las alarmas de alerta de bomba, los pequeños que conozco que con solo cinco años se quedaron sin padre y madre; en definitiva, en el trauma con el que van a crecer los hijos de la guerra”, agrega el colorista.
A pesar de haber cultivado afectos en ambos países a lo largo de sus 26 años de vida, Vadim expresa su apoyo exclusivamente para Ucrania. Dice que quiere paz y que “nadie debería poder elegir que alguien muera en ningún país del mundo”.