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Lo que la política no se atreve a decir

A veces tengo la impresión de que hay una serie de principios prácticos, reglas de juego de la vida que se mantienen intactas independientemente de la época, la cultura o el contexto. Son a la e...

A veces tengo la impresión de que hay una serie de principios prácticos, reglas de juego de la vida que se mantienen intactas independientemente de la época, la cultura o el contexto. Son a la existencia humana lo que las Leyes del Movimiento son a la realidad física. Es decir, no importa si viajás en un cascajo destartalado o en la más moderna nave alemana, de todos modos el que está al mando no sos vos, sino Newton. Por mucha voluntad de poder que le pongas y por más que te lesiones las cuerdas vocales vociferando tu verdad, tus lemas y tus consignas, al final, decide Newton. Uno de esos principios rectores es que el tiempo de recuperación es directamente proporcional a lo que tardaste en causar un daño. Traigo esto a la mesa porque como estamos en plena campaña electoral noto que es frecuentísima la promesa, la píldora mágica, el arreglar los problemas argentinos con dos cachetazos, y sanseacabó. Cachetazos puse, no carpetazos, favor de notar.

Bueno, no funciona así. Anda dando vuelta por las redes sociales el fragmento de uno de los monólogos del insustituible Tato Bores, que casi 40 años después sigue estando tan vigente como cuando lo pronunció. Es decir que incluso si hubiéramos hecho todo bien –y no fue así–, se cae de maduro que 40 años no alcanzaron para arreglar nada; estamos bastante peor que entonces. Pero, y esto es lo más significativo, sufrimos las mismas patologías de base.

Así que a lo mejor deberíamos pensar en que –como me dijo Minoru Usui, presidente de Epson, cuando lo entrevisté hace más de diez años para LA NACION–, a nosotros nos va a tocar sacrificarnos por nuestros nietos y bisnietos. Es decir, y parafraseo a aquel ejecutivo que me hablaba por teléfono a 12 husos horarios de distancia, nos ha tocado trabajar por un país que no veremos.

Me parece oportuno advertir sobre los riesgos del encandilamiento, incluso cuando sé lo raro que puede sonar el hablar de plazos que nos trascienden en una época en la que si algo, lo que sea, no produce satisfacción instantánea, entonces no sirve. Pero que conste. Las soluciones mágicas no existen. Solo que hay una diferencia abismal entre sentir que la Nación se está hundiendo cada vez más y tener la certeza de que nos estamos rompiendo el alma para recuperarnos, aunque sea lentamente, en pos de una realidad mejor; aunque no lleguemos a verla.

Me parece oportuno también –y esa es la razón por la que me he tomado la libertad de salirme del registro habitual de estos textos– porque para muchos de nosotros ya es un hecho que la Argentina que soñamos en 1983, cuando votamos por primera vez a los veintipocos, está más allá de lo que llegaremos a contemplar. El político no va a decir esto, porque es un mensaje piantavotos. Pero pueden tomarme la palabra: curarnos va a llevar mucho tiempo y mucho esfuerzo. Más esfuerzo, quiero decir.

La única diferencia la va a hacer el que ese sacrificio tenga sentido. Al revés que ahora, donde la falta de sentido se ha vuelto tan aguda que el la ley del más fuerte empieza a sonar legítima. El progreso, apunto aquí, está exactamente en la dirección contraria. Progreso es alejarnos de la ley de la selva.

En mayo de 1982, a los 21 años, me ascendieron a cabo del ejército, me asignaron nueve hombres, me dieron un fusil que no servía para nada (le faltaba el guion) y nos mandaron a prepararnos para el combate. En los días previos, varios amigos y compañeros de la universidad, muchos de los cuales habían cantado el Himno Nacional en la facultad tras el 2 de abril, me apremiaron a que desertara y me fuera a Uruguay. Les respondí que no entendía esa clase de patriotismo. De la boca para afuera. Himno, sí. Ir a la guerra, no. Zafar y que vaya otro. Me sentí descompuesto.

Siento que ahora es igual. Vamos a resolver los problemas, pero no con lemas y alaridos, sino con tiempo, con esfuerzo y sacrificándonos por los que vendrán. Con patriotismo. Del verdadero. No del declamado.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/cultura/lo-que-la-politica-no-se-atreve-a-decir-nid06092023/

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