“Avanzo con lo que me conmueve”. Se enteró de que después de años de trabajo, una tejedora estaba por aceptar un plan y le ofreció otra alternativa
Daisy Freixas (43) es abogada de profesión y ...
Daisy Freixas (43) es abogada de profesión y emprendedora por sorpresa. No es de las personas que siempre soñó que iba a seguir este camino, ni tenía un deseo irrefrenable para realizarse, sin embargo, a ella la pandemia la llevó a emprender en algo que hoy le parece evidente que tenía que hacerlo.
Nació en el seno de una familia de campo por la rama materna y tenían tejedoras increíbles que hacían ponchos, alfombras y tapices que se mandaban a Europa hace 50 años. Su amor por Luracatao, Salta, donde vivía, es de toda la vida, “la gente que sabe de ponchos sabe que en Luracatao hay buenos tejedores y a mí me encanta, siempre tenía ahí la idea de que quería hacer porque este es un valor enorme, y la verdad es que se va perdiendo”, admite.
“No puede ser que una de las mejores tejedoras de Argentina le esté pidiendo ayuda al estado”Cuando empezó la pandemia Joaquín, su primo que es como un hermano, la llamó y le dijo: “Hablé con Vilma, está por pedir un subsidio a la municipalidad. No puede ser que una mujer que es de las mejores tejedoras argentinas esté pidiendo ayuda al estado, tenemos que hacer algo, no puede vivir de un subsidio”, es que claro, en el 2020 por el pueblo de Vilma no pasaba nadie y entonces no vendía ni un poncho. Joaquín le pidió a Daisy que hiciera un Instagram para que Vilma pudiera vender sus productos. ¿El resultado? En un año vendió 70 ponchos.
Llegó un momento en que se empezó a correr la voz y tejedores conocidos de Daisy le empezaron a preguntar si podía vender los suyos también. “Pero el Instagram que había armado era de la familia de Vilma. Y por otro lado me pasaba que los compradores exigían plazos, envíos y yo quedé metida en el medio. Entonces hablé con Vilma, le fui sincera, le conté lo que me estaba pasando y que a mí me gustaría poder ayudar a más gente. Ella me dijo que por supuesto, que lo haga”, cuenta Daisy. Así fue como abrió una cuenta propia de Instagram para vender los ponchos de Vilma pero también de otros tejedores. Fue Manuel, su marido, quien le dijo: “si vas a implicarte tanto y vas a poner tanto tiempo tuyo entonces ganá algo de plata”.
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Ahí Daisy se dio cuenta de que su marido tenía razón, de que había en ella un interés especial, algo latente en su corazón. A su mamá siempre le gustaron los textiles, incluso tiene una colección de ponchos y siempre tuvo un amor particular por ellos, que Daisy lo sintió desde la cuna. “Entonces me animé y dije “avanzo con lo que a mí me surge de adentro y me conmueve”. Me metí en Photoshop, hice un logo y me tiré a la pileta”. A su marca le puso de nombre Catenia, porque a la gente de Luracatao se le dice cateños.
Daisy es una mujer de convicciones fuertes, amor y respeto por el prójimo. Ella necesitaba hacer más, no podía quedarse solo con sus tejedores conocidos, “voy a buscar tejedores que yo no conozca”, se dijo a sí misma. Entonces empezó a viajar por Argentina, a veces sola con su marido y otras con sus cuatro hijos. Así fue conociendo en estos casi dos años a tejedores de Neuquén, Santiago del Estero, Salta y Catamarca. “Siempre estoy buscando tejedores nuevos, me fascina porque soy un canal de comercialización para un montón de gente que sino no tiene acceso”, cuenta entusiasmada. Asegura que hoy Instagram se transformó en un medio clave para que los tejedores se comuniquen con ella y Daisy organiza el viaje y los conoce.
Cuidando las raíces de nuestra patriaDaisy recuerda que cuando era chica las mujeres del campo estaban cuidando las ovejas e hilando, en cambio ahora están con el celular, “pero como yo le digo a los tejedores, si vos les pagas bien van a dejar el celular y van a agarrar el huso. Yo trato de ocuparme, sobre todo en Luracatao, que la línea productiva este cuidada en cuanto a los pagos y además todo lo que es trazabilidad, por eso yo no vendo alpaca, solo cuando me piden porque en Argentina es difícil conseguir, casi toda viene de Bolivia y nadie está muy seguro del origen. Entonces yo vendo llama, oveja y vicuña”, explica Daisy.
Aunque al principio no le gustaba vender vicuña porque está asociada a que la matan y es ilegal. Pero cuando llegó a Catamarca conoció el proceso, a la gente y dijo “Yo quiero ser acopiadora de vicuña para poder llevar vicuña a otros tejedores y que otros puedan tejer. Tardé un año pero logré inscribirme y ahora estoy en proceso de poder empezar a comprar para poder producir con tejedores de otras provincias”, dice entusiasmada. Es que a ella le hubiese encantado aprender a hilar, es un oficio que le encanta y está haciendo lo que está a su alcance para que no se pierda.
Daisy vende poncho criollo, no vende moda, “hay una vuelta a lo criollo, a lo más nuestro, no sé si porque nos hemos cerrado al mundo y por necesidad lo hemos hecho o por una cuestión de identidad, el país está tan vapuleado, yo soy argentino y estoy contento de serlo a pesar de todo, esa es mi sensación con la gente de campo, acá estamos, bancando la parada, y hay como más orgullo de eso”, asegura.
Le sorprende que cada vez que alguien la contacta para comprar lo siente como si fuera un amigo. “Me pasa que hay un vínculo de confianza: me pagan y nunca me vieron la cara. Me pagan mucha plata y yo el poncho se lo mando a la semana. O al revés, yo mando el poncho y me lo pagan tres días después cuando lo reciben, en dos años nunca nadie me falló. Y yo digo que es gente que sabe que la palabra pesa. El otro día una persona me preguntó si tenía financiación y le dije que sí, se llama cuota de la confianza, me podés pagar a contra entrega y el mes que viene la otra mitad. Algunos me dicen que pagan antes para ayudar al tejedor, es una red muy linda de gente, siento que son las tramas del hilado del poncho las que nos unen, que hacen que la palabra valga, como era antes”, reflexiona orgullosa.
El proceso de la creación del poncho argentinoA grandes rasgos primero se esquila, se limpia, se saca la suciedad y la lana vieja; se hila con el huso, se ovilla; se hace la urdimbre que es a lo largo y después se teje la trama que es lo que va dando la forma al poncho.
“Generalmente hilan las mujeres que son las que cuidan las ovejas y están en la casa hilando, pero en Catamarca hilan también algunos hombres, aunque yo he visto dos nada más. Y tejer lo hacen generalmente los hombres porque se requiere de mucha fuerza”, explica Daisy.
Los ponchos pueden ser de un paño o de dos y se cosen. Hay que tener en cuenta que en el proceso juega un rol el clima, tal vez tienen el telar afuera y si hay mucho viento o lluvia no pueden tejer. Los ponchos se hacen entre tres semanas y los de vicuña hasta tres meses.
Para lograr los colores se tiñen en ollas de forma natural y con anilina. En el caso de la oveja se puede teñir y no hay entrevero de color, pero por ejemplo, en el hilado de llama no se mezclan bien, entonces no se tiñe mas que una trama, “el poncho de llama lo vas a ver en colores naturales, negro, gris y tonalidades del marrón, si ves uno de color entero rosa entonces no es llama lo que te están vendiendo. Lo mismo pasa con la vicuña, son colores naturales”, advierte Daisy.
Los diseños son muchas veces por encargo, “quiero un poncho igual a este de mi abuela”, y también Daisy se inspira en libros y ponchos familiares. Además cada provincia tiene su poncho y su estilo marcado.
A Daisy siempre le gustó el campo y viajar, “no puedo creerlo, ahora estoy haciendo lo que me encanta hacer que es viajar por Argentina pero por trabajo, es el sueño del pibe. Y entendí finalmente eso de que si trabajas de lo que te gusta no trabajas un solo día de tu vida. Obvio que me aburre hacer la etiqueta e ir al correo me parece un plomo aunque al principio iba chocha. Me impresiona como Dios me fue llevando a un lugar, y el ayudar al otro terminó siendo mi forma de vida”, concluye feliz y emocionada.