Creamos reglas para guiar nuestra conducta y vivir en paz con los demás, pero a veces nos sentimos presionados por las reglas. Las reglas son arbitrarias y nos limitan. A veces entramos en conflicto entre nuestra realidad emocional y lo que la sociedad nos exige.
Nos dañamos a nosotros mismos, a los demás o a sus bienes.

El delito es el punto de quiebre. A veces somos las víctimas, a veces somos los victimarios. La Justicia debe reparar ese quiebre, pero a veces el modo de reparación no es claro. La justicia parece imposible.
El Estado se dedica a proteger a las personas, pero es una institución formada por personas: personas que son falibles y parciales.

A veces el sistema diseñado para protegernos fracasa. A veces el destino o las circunstancias nos ponen en situaciones difíciles y debemos tomar decisiones difíciles que los demás no entienden.
A veces somos las personas que no entienden por qué alguien hizo lo que hizo o por qué debemos pagar por sus acciones. A menudo no sabemos lidiar con lo caótico de la vida y no tenemos manera de prepararnos para estos golpes, pero si le damos la espalda a las cosas difíciles de enfrentar, nos definirá aquello que buscamos evitar.


Nadie escapa de esta vida sin experimentar dolor e injusticia. Algunas personas tienen peores adversidades que otras. Parece que no hay salida, que no hay esperanza y que a nadie le importa. ¿Cómo restaurar la justicia en un mundo profundamente injusto? ¿Qué hacemos cuando llegamos a un punto donde no sabemos qué hacer?
No hay una respuesta sencilla. El castigo no es la respuesta, rendirse tampoco. Debemos encontrar nuestras propias respuestas y, si no nos sentimos fuertes para hacerlo, lo único que tenemos que hacer primero es intentarlo.